Haciendo cita de algún libro que me pareció interesante; que puedo resumir en tres palabras conocimiento, engaño y apariencias. Y que, en definitiva no llega a ser "pesado" leerlo.
Por Darrel Bristow-Bovey
... No estaba seguro de qué debía decirle al sabio de la montaña, quien seguía respirando profun-damente con los ojos cerrados, como suelen hacer los sabios de la montaña y los animales en estado de hibernación. Finalmente, con mano temblorosa, le tiré un poco del taparrabos.
-¿Cómo llega uno a ser un sabio de la montaña?.
El viejo se encogió de hombros y se atusó las barbas.
-No es difícil -respondió, y a continuación me contó la historia de su vida-:
Cuando yo era un joven como tú, también andaba en busca de la sabiduría. Un día conocí a un hombre que decía ser el filósofo Carlos Castaneda, aunque ahora que lo pienso, quizá fuera Carlos Santana. (Todo el mundo decía que era un tío muy listo y que tocaba muy bien la guitarra.) Pues bien, cuando el tal Carlos me dio un trozo de cactus para mascar, pensé: «Si este hombre es tan lis-to, ¿por qué no le quita los pinchos antes de metérselo en la boca?.». Sin embargo, por aquel entonces yo era joven y me encantaban las drogas alucinógenas, así que me comí el cactus.
Acto seguido me ocurrieron una serie de cosas extraordinarias. Primero, se me reveló el secre-to de la vida y la muerte (que rápidamente escribí con el dedo en la arena, aunque ya sabes cuál es el problema: no te lo puedes llevar a casa). Luego, después de mi visión de la vida y la muerte, se me apareció un demonio terrorífico en forma de Snoopy.
¿Snoopy?. -pregunté sorprendido.
Sí, el perrito ése. No es tan inocente como parece. Snoopy me persiguió y yo salí huyendo. En esos momentos me encontraba en México y huí con esa bestia infernal pisándome los talones hasta llegar a Chile. Supongo que entonces el cactus dejó de hacerme efecto porque Snoopy desapareció. Como estaba muy cansado, decidí quedarme para reponer fuerzas. Te sorprenderá, pero los alquileres en Chile no son tan baratos como parece, por lo que cuando encontré esta cornisa en la montaña, no me lo pensé dos veces. Es bastante cómoda, menos cuando llueve o cuando las serpientes de cascabel vienen a refugiarse del frío de la noche y se me acurrucan en los sobacos.
-Y llueve mucho?. -pregunté.
-Hace veinte años que no cae una gota -me respondió con la sonrisa confiada de un hombre que ha invertido sabiamente en bienes inmuebles.
-Pero ¿cómo se hizo sabio?. -insistí.
-Ah, sí -contestó con indiferencia---. Llevaba ya un tiempo viviendo aquí, comiendo huevos de cóndor y preguntándome qué hacer. Estaba pensando en irme a la Patagonia a escribir un libro de viajes, o a Broadway a montar un musical, cuando oí unas voces que venían de la la-dera de la montaña. Eran tres hombres del pueblo que subían con una cesta llena de provisiones, entre ellas un enorme queso de llama. El queso de llama es mi debilidad.
-¿Ah, si?. Yo lo encuentro un poco ácido.
Que va. Tienes que aprender a apreciar el buen queso, tío Bueno, pues me ofrecieron la comida a cambio de unas cuantas palabras de sabiduría. Yo les contesté que no sabia ninguna, que como máximo podía recitarles las dos primeras estrofas de Yesterday. Ellos asintieron, así que eso hice, y se marcharon tan contentos. Fue entonces cuando me di cuenta de que no sabían ni una palabra de inglés. Curiosamente no parecía importarles y cada día venia más gente del pueblo con cestas de comida y se sentaban a escuchar Yesterday o, cuando quería variar, Ob-la-di Ob-la-da.
Tras oír esta historia, asentí y escribí la siguiente lección en la arena:
En ocasiones no resulta necesario adquirir sabiduría mediante enseñanzas. A veces basta con hallarse próximos a la sabiduría. Ya veces ni siquiera es preciso que le encontremos el más mínimo sentido.